El sobreviviente de la escasez de agua

Por: Zenaida Condori Contreras
La escasez de agua ha llevado a los agricultores a abandonar sus chacras y migrar a la ciudad en busca de trabajo, pero hay personas que se resisten a hacerlo y han encontrado un camino exitoso para adaptarse al cambio climático.

A lo lejos, desde una colina, Martín Luna observa su chacra con satisfacción. El verdor de su fundo es el fruto de 12 años de trabajo constante y miles de soles de inversión. Son 15 hectáreas que destacan nítidamente con relación a las parcelas de sus vecinos, que yacen áridas. Los andenes que están un poco más allá se han vuelto estériles. En los demás topos del pueblo solo crece alfalfa, pero en una versión enana de su especie. En Mollebaya, la agricultura no está bien y la tierra lo sabe.

Mollebaya es uno de los 29 distritos de la provincia de Arequipa, al sur de Perú. Se ubica a 15 km de la ciudad capital, a 2.505 metros sobre el nivel del mar. Su ubicación genera un microclima especial que favorece a la agricultura. Este territorio está entre cerros que evitan que el frío o el viento golpeen fuerte. Hace más de 30 años ese lugar era considerado un paraíso. El presidente de la Junta de Usuarios de la zona, Pedro Pérez, recuerda que el pueblo producía fruta en abundancia, productos de panllevar (papa, cebolla, maíz y hortalizas, entre otros) y se criaban cientos de cabezas de ganado.

Hugo Luna y Carmen Martorell, padres de Martín, sembraban alfalfa. La vendían cortada y empacada al Ejército para alimentar a sus caballos. Por entonces, la naturaleza era generosa con ellos. Había más de cuatro meses de lluvia. Desde fines de noviembre hasta abril. Además, tenían espejos y manantiales cargados de agua de los deshielos del Pichu Pichu, uno de los tres volcanes que acordonan la ciudad de Arequipa.

La chacra de Martín Luna es uno de los pocos lugares de Mollebaya en los que gracias a un trabajo dedicado, ha logrado adaptarse a los efectos del cambio climático.
Escasez

Con esa disposición de agua -dice el alcalde del distrito, Tito Zegarra- sembraban cerca de 300 hectáreas, pero ahora apenas pasan las 50. La escasez de agua ha llevado a los agricultores a abandonar sus chacras y migrar a la ciudad en busca de trabajo. Toda la cuenca oriental de Arequipa, en donde se ubica Mollebaya y que incluye a otros 14 distritos, sufre la misma odisea. El especialista en meteorología y climatología del Senamhi, José Luis Ticona, explica que el causante de la disminución de las lluvias es el cambio climático.

Antes, agrega, se registraba precipitaciones de 100 milímetros al año, distribuidas uniformemente en enero, febrero y marzo. Un milímetro de lluvia equivale a un litro de agua por metro cuadrado. “Pero ahora la situación es diferente, en un día llueve todo lo que debe llover en un mes y llega en forma de tormentas y granizos que perjudican a la agricultura”, apunta Ticona.

Pese a las condiciones climáticas desfavorables, Martín Luna se aferró a las tierras que heredó de sus abuelos. Hasta 1990 continuó con el negocio de sus padres. Sembraba alfalfa para venderla al Ejército. Hasta esa fecha recibía siete días de agua al mes y con ello regaba 20 topos por gravedad, es decir, cerca de ocho hectáreas. Pero ese año la situación cambió: la Junta de Usuarios de Mollebaya redistribuyó la dotación de agua y a él solo le tocó recibirla tres días al mes.

El cambio climático ha originado que en Mollebaya exista disminución de agua, lo que perjudica a la agricultura.
Crisis

Martín Luna recibió 30 hectáreas de terrenos como herencia y, de ellos, producía solo la mitad. Con tres días de agua al mes era imposible mantener la siembra de alfalfa y, poco a poco, sus terrenos se fueron secando. Él, un economista de profesión y con escasos conocimientos de agricultura, nunca se dio por vencido. Debía mantener la chacra viva en memoria de su padre.

En 1998, cuando tenía 32 años, construyó su primer reservorio. Estaba entusiasmado. Creyó en la posibilidad que guardar agua para mayo y modernizar su sistema de riego. Ahorró 50 mil dólares para invertir en una geomembrana, una lámina geosintética que se usa para evitar las pérdidas de agua por infiltración. Cavó un pozo y lo forró con la geomembrana, pero no le fue bien. Recibió un mal asesoramiento y su dinero se fue al agua.

Algunos vecinos del pueblo creían que su plan nunca funcionaría. Al ver que sus terrenos se secaban, Luna decidió cambiar la alfalfa por otro cultivo que usara menos agua. Así, migró al negocio de la cochinilla. En el 2000 sembró cerca de 10 hectáreas de tunas y no le fue nada mal.

Con la dotación de agua que recibía y regando por gravedad empezó a producir 400 kilos de cochinilla por cada hectárea. Pero aún tenía 20 hectáreas abandonadas. La junta no le podía dar más agua y la única posibilidad que tenía era retomar el proyecto de optimización. El costo era altísimo.

Con este sistema se aprovecha cada gota de agua, se logra ahorrar el recurso y hacerle frente a la desertificación.
Inversión

Martín aprovechó el ‘boom’ de la cochinilla -insectos cuyo color sirve para teñir- para reunir dinero y el 2010 construyó su primer pozo de cemento para almacenar 1.500 m3. Luego, intentó nuevamente con una geomembrana de 5.000 m3 y esta vez sí funcionó. Así empezó a ahorrar agua, aunque seguía regando por gravedad. Por eso, pensaba que de nada serviría la inversión si no migraba a un sistema de riego por goteo.

Este tipo de riego se desarrolló en Israel, un país desértico que debía aprovechar cada gota de agua debido a sus problemas de escasez hídrica. Luna vio por Internet que en otros lugares funcionaba su proyecto de optimización de riego. Así, el 2014 construyó su tercer reservorio y colocó los primeros tubos para regar por goteo. Para ello invirtió cerca de 100 mil dólares.

Con el sistema conectado, empezó a buscar asesoramiento y un ingeniero agrónomo le aconsejó sembrar quinua. Eran los tiempos en que la quinua estaba en su mejor momento, pues el Gobierno impulsó su exportación. Y Martín, cómo no, se benefició.

Ahora tiene 20 hectáreas en producción, alternando la producción de quinua con cochinilla. Luna infla el pecho, orgulloso, y dice: “En la costa, producir una hectárea de quinua cuesta unos S/15 mil, mientras que en mi chacra no pasa de S/5 mil”. Los agricultores de la zona se maravillaron con aquel logro. Pero Luna no se durmió en sus laureles y le ha ido muy bien con el maíz morado. Gracias a sus sueños y a su importante plan de adaptación al cambio climático, este hombre ha recuperado terrenos en los que no se sembraba nada hace 50 años.

La meta de Luna es operar al 100% sus 30 hectáreas, pero no puede hacerlo porque le falta agua. “Cómo quisiera que me dieran una licencia de uso para aguas subterráneas. No quiero mucho, solo un poco”, concluye, con nostalgia.