Por Luciana Puente – Líderes +1 – @LuPuenteB Sabemos que el mundo en general ha puesto por fin los ojos en la urgencia de reducir los impactos negativos de nuestras actividades, que traen consigo consecuencias climáticas altamente riesgosas para todos. El cambio climático es hoy más notorio que nunca antes, no sólo por la intensidad de los… Ver artículo
Por Luciana Puente – Líderes +1 – @LuPuenteB
Sabemos que el mundo en general ha puesto por fin los ojos en la urgencia de reducir los impactos negativos de nuestras actividades, que traen consigo consecuencias climáticas altamente riesgosas para todos. El cambio climático es hoy más notorio que nunca antes, no sólo por la intensidad de los desastres naturales, sino también por su frecuencia y consecuencias económicas y sociales. La vida diaria de individuos y empresas genera gases efecto invernadero (GEI). La suma de estos, se llama «huella de carbono», puesto que todos los impactos (consumos de energía, combustible, generación de residuos, etc.) se transforman a una misma unidad de medida para poder conseguir una «cifra final» estándar, comparable.
La necesidad de comprometernos todos y a todo nivel en una toma de conciencia y acción, ha impulsado a algunos países, principalmente del grupo de países desarrollados, a implementar desde hace aproximadamente una década, impuestos a las emisiones de gases efecto invernadero en las industrias, los cuales se miden en toneladas de dióxido de carbono.
Los consumos de energía son los que representan mayor impacto en las grandes industrias, y si bien cada gobierno determina cuáles sectores serán gravados, los impactos más relevantes provienen del consumo de electricidad y combustible.
En algunos casos, el impuesto ha alcanzado no sólo a grandes industrias sino también empresas de cualquier tamaño e incluso familias.
De hecho este impuesto se ha implementado gradualmente, para no afectar resultados de forma relevante. Países como Alemania han conseguido menores consumos de combustible, mientras Canadá ha reducido el impuesto a la renta con el fin de facilitar la proyección progresiva de estos pagos.
Uno de los países que ha implementado el impuesto con mayor sentido y enfoque ha sido Dinamarca. Si bien alcanza a gobiernos, empresas y hogares, y cubre combustible y electricidad consumidos, esto ha ido acompañado de un plan de reducción de emisiones de GEI, de forma tal que el pago se reduce en la medida en que se implementan medidas de mitigación o planes de mayor eficiencia a todo nivel. Los impuestos que se han recaudado se han utilizado en el desarrollo de proyectos de innovadores energía renovable, permitiendo una migración al uso de energías verdes.
Este último dato es importante, pues los ingresos generados por estos pagos deberían estar destinados a iniciativas relacionadas a un manejo ambiental más consciente, eficiente y responsable, sin embargo, un grupo de países ha dispuesto una distribución distorsionada de los mismos, asignándolos al presupuesto anual del gobierno o a neutralizar disminuciones en otros impuestos.
En los próximos años seguramente veremos a muchos países latinoamericanos (Chile y México están ya en proceso de implementación de este impuesto) debatir sobre las mejores formas de contribuir con los procesos de mitigación y adaptación al cambio climático.
Foto: Georgie Sharp
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Sobre la autora: Luciana es Master en Gerencia y Administración por la Universidad EOI de España. Actualmente se desempeña como Gerente General de Andean Crown Sustainable Forestry Management Corp y es miembro del grupo Líderes + 1, cuyo objetivo es promover el desarrollo bajo en carbono y resiliente al cambio climático en Perú, a través de la movilización de agentes de cambio comprometidos con la sostenibilidad.