Necesitamos emprender nuevas acciones adaptativas ahora y considerar la institucionalización y socialización de empoderamiento y participación social, sistematización y transferencias de conocimientos y el fortalecimiento de las institucionales nacionales y regionales.
Por Maria Eugenia Rinaudo Mannucci
Licenciada en Estudios Ambientales
@rinaudomariae
La Era del Antropoceno ha llegado y, con ella, múltiples desafíos integrales que la humanidad debe retar con sistemas tecnológicos, culturales, económicos, políticos y morales. El cambio climático ha sido sin lugar a dudas uno de los temas más preocupantes en la historia del planeta, reconociendo científica y políticamente que si no actuamos a tiempo, todo y tal como lo conocemos cambiará drásticamente.
No me siento en la actitud de ser “apocalíptica” ni mucho menos cuando me refiero al enorme reto que tenemos por delante, sin embargo, considero que, al haber trabajado de cerca y por tanto tiempo con este tema, tengo una responsabilidad individual y social para con el mundo.
La adaptación y la mitigación son esenciales, así como también el financiamiento climático. Dichos temas están siendo discutidos este año en los diversos encuentros que promueve la UNFCCC y el Gobierno de Francia por ser el host de la COP21. A pesar de esto, siento una preocupación innata por observar desarticulaciones importantes en medio de unas negociaciones internacionales, que, se supone deben ser particularmente importantes por la necesidad imperativa de decretar un nuevo mecanismo internacional que dirija estrategias de adaptación, mitigación y financiamiento.
El tema de la adaptación -visto desde mi punto de vista- es fundamental y lo considero como uno de los temas más complicados. Para que la adaptación sea exitosa se necesita capital humano y financiero, generación de conocimientos e informaciones, planificación y políticas públicas, entre otros. Muchas naciones en vías de desarrollo que necesitan adaptarse no pueden hacerlo por no contar con estos requerimientos mencionados con anterioridad, y mientras tanto, se espera a que los países desarrollados, principales consumidores de capital natural y causantes del aumento de las temperaturas globales, se “destaquen” en las negociaciones y permitan generar fondos económicos importantes para permitir la adaptación en otras naciones.
Veo al mundo como lo vio Eduardo Galeano en algún momento de su vida como para decir: “Vamos directo al desastre, pero, ¡joder, en qué coches!”. Mi preocupación inicial y más grande es que creo que aún no somos lo suficientemente consientes de la situación a la que nos enfrentamos. Existen muchos casos latinoamericanos que nos demuestran no estar listos para enfrentar eventos extremos, fallas en la planificación pública o desarrollo de conocimientos y tecnologías.
Necesitamos emprender nuevas acciones adaptativas ahora y considerar la institucionalización y socialización de empoderamiento y participación social, monitoreo de la variabilidad climática (con aportes ecológicos, sociales y culturales), evaluación de activos locales (incluyendo valoraciones de biodiversidad y servicios ecosistémicos), desarrollo de tecnologías apropiadas, sistematización y transferencias de conocimientos y, por último pero no menos importante, fortalecimiento de las institucionales nacionales y regionales.