Asignar un valor económico al aire, agua y seres vivos podría ser un camino para cuidar el planeta. Esa es la novedosa propuesta del Capital Natural.
Con información del suplemento Estar Mejor del Diario MDZ Online
Desde hace meses vivimos en Mendoza un conflicto social y ambiental por cuenta del Fracking (fracturación hidráulica). En la pugna se han visto con claridad cuatro actores: el capital privado, el gobierno, los ambientalistas y las comunidades. Los primeros esgrimieron el potencial de extracción, la ganancia y los estudios que respaldan lo inofensivo de la técnica. El segundo mostró los casos de otros países donde se viene aplicando, señaló los beneficios por concepto de regalías para la provincia y condenó el uso político de la protesta social. Los terceros apelaron a estudios internacionales que señalaban los efectos negativos del uso de químicos, la afectación del suelo y uso de agua dulce, pero además entrelazaron su discurso con otros reclamos sociales. Por último, las comunidades, que llevan años viviendo los beneficios y perjuicios de la explotación de recursos, se dividieron entre bandos, dependiendo de sus intereses económicos, la esperanza de una mejor calidad de vida y la posibilidad de perder para siempre el ecosistema que sostiene su subsistencia. Más allá de la ausencia de espacios de diálogo profundo y de la fuerza del poder económico, que seduce con lo urgente en detrimento del largo plazo, el tema del Fracking es un microcosmos que refleja el macrocosmos de las relaciones sobre la naturaleza y su uso.
En el 2017, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los EE.UU. (NOAA) presentó su Boletín, basado en contribuciones de más de 500 científicos de 65 países. En dicho documento presentó algunos datos preocupantes sobre el cambio climático: primero, la cifra de concentración media de los principales gases responsables del calentamiento global llegó a 405 partes por millón, la más alta desde el inicio de las mediciones hace 38 años. Segundo: el 2017 fue el segundo de los tres años más calurosos desde el inicio de las mediciones en la segunda mitad de 1800. Tercero: aumento de nivel de océanos, número de ciclones y pérdida de arrecifes de coral. Este panorama contrasta con los compromisos surgidos del Acuerdo de París, los esfuerzos de las organizaciones ambientales y el consenso de más de un 90% de la comunidad científica sobre la urgencia de cambiar el rumbo del consumo, la explotación y las motivaciones profundas de las sociedades.
Aparte de los intereses corporativos, la insistencia en el crecimiento económico como indicador predominante de la salud de un país o la ausencia de liderazgo político internacional para priorizar el cambio climático como el mayor desafío de la humanidad, parece que uno de los grandes meollos está en encontrar un lenguaje común que logre integrar el corto plazo económico, el mediano plazo político y el largo plazo ambiental. En otros términos, encontrar un idioma nuevo que permita a los inversionistas, políticos y ambientalistas ir más allá de sus representaciones y tomar decisiones basados en nuevas informaciones.
En un esfuerzo por proveer lenguajes para este entendimiento, en la última década se ha desarrollado el concepto de Capital Natural (conocido también como Capital Ecológico). Uno de los inspiradores de este modelo es Pavan Sukhdev, economista ambiental, quien en el 2007 lideró el proyecto TEEB (Economía de Ecosistemas y Biodiversidad, por sus siglas en inglés) para la ONU. En dicha iniciativa, por primera vez se abordó el problema de la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas en términos de bienestar humano y económico.
En el 2008, se publicó un informe provisional que tiene entre otras tres novedades importantes: (1) se evidenció que habitualmente se ha invisibilizado económicamente la naturaleza; (2) se mostró que al recabar la mayor cantidad de información de los ecosistemas, con sus relaciones, es posible visibilizar y cuantificar los servicios que prestan a las comunidades, y (3) se puede proveer en un lenguaje contable dichos valores para que gobiernos, organizaciones y comunidades puedan decidir con responsabilidad sobre la conservación y uso de los recursos. En una interesante exposición, Sukhdev afirma que después del primer informe se dieron cuenta de que: «Estábamos perdiendo el capital natural; los beneficios naturales que recibimos. Los estábamos perdiendo a una tasa extraordinaria de 2 a 4 mil millones de dólares. Una pérdida comparable con la ocurrida durante la crisis financiera del 2008».
En el marco del Programa Diálogos Virtuales sobre Cambio Climático para Periodistas Latinoamericanos, organizado por las plataformas LEDSLAC, ConexiónCOP y LatinClima, la abogada ambiental Viviana Luján Gallegos, consultora de la compañía Wolfs Company, llevó a cabo una presentación que dio cuenta de la importancia de las valoraciones de servicios ecosistémicos. La experta enfatizó en la aplicación del Capital Natural en áreas prácticas como: toma de decisiones, planeamiento espacial, financiamiento sostenible, mediciones de impacto de inversión y aplicaciones para el sector privado y financiero.
En su disertación, la consultora definió el Capital Natural como: «Los bienes o activos naturales, la biodiversidad o los elementos abióticos, que genera un flujo de servicios que proporciona beneficios a las sociedades». Lo anterior incluye la geología, el suelo, el aire y todo aquello que tenga vida. El enfoque de Capital Natural asigna un valor a ese ecosistemas en términos de los servicios para las comunidades en el presente y el futuro.
Uno de los aportes más importantes de esta mirada es su posible relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) propuestos por la ONU. Se trata de 17 objetivos basados en los logros de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, pero que incluyen nuevas esferas como el cambio climático y la desigualdad económica, entre otras prioridades.