La llamada Bahía de Samborombón está afectada por el desborde de los ríos de llanura: que hacen ingresar cantidades de agua salada y afectan los pastizales que luego serán el alimento de las vacas y luego serán el alimento de los humanos.
Cada año, millones de argentinos veranean en el partido de la Costa: una franja de playas bonaerenses que van desde San Clemente del Tuyú hasta Nueva Atlantis. La mayoría llega por la ruta provincial 11.
En su camino a los balnearios pasan por pueblos de los que apenas tienen una referencia en el mapa: generales que casi nadie recuerda qué batalla pelearon, Conesa, Madariaga, Lavalle. Los turistas en su embelesado recorrido solo frenan cuando hay cámaras que pueden multarlos por exceso de velocidad, o ni siquiera eso. Son un nombre en medio de un recorrido, un inconveniente, algo que demora. Pero no son pueblos fantasmas.
Pese a su cercanía con el mar, son localidades típicas de la pampa argentina, que viven de la ganadería, influidas por el agua de la cuenca del Río Salado y por la Bahía de Samborombón, ese pedazo que le falta a la provincia de Buenos Aires, que parece hundida como por una piña gigantesca, basta nomás ver cualquier mapa.
Allí, cómo no, la actividad productiva también sufre los azotes de lo que se conoce como cambio climático. No solo la zona está afectada por el desborde habitual de los ríos de llanura: la sudestada hace ingresar cantidades de agua salada que transforma la zona y afecta a los pastizales que luego serán el alimento de las vacas que luego serán el alimento de los humanos.
Ese tipo de ganadería es la que ejerce, José Rodríguez Ponte, desde 1986 intendente de General Lavalle a partir de 2015, este municipio cuya población hoy es casi la misma de la década de 1860: unos 3,500 habitantes, vacas más, vacas menos. Lavalle es la punta sur de los 135 kilómetros que tiene de punta a punta la Bahía.
-«Treinta años ya se cumplen» –le digo, un poco influido por haber escuchado esa mañana otra vez el gol de Maradona a los ingleses relatado por Frank Sinatra (que otros llaman Víctor Hugo Morales). Pero Rodríguez Ponte no parece inmutarse con la efeméride. Prefiere contar los desafíos ambientales que encara su gestión como funcionario electo. “Tenemos que eliminar un basural a cielo abierto cercano que nos afecta, reducir la basura domiciliaria y estar atentos con los fluidos cloacales que vienen de la Costa en verano: cuando se pasa de 80,000 habitantes a más de un millón en enero empiezan los problemas y los olores”, dice, cigarrillo en mano, cómodo en su despacho.
“Ahora los inviernos son más fríos, los veranos más cálidos y las lluvias fluctúan, no tienen un parámetro fijo. Más ahora con El Niño y La Niña”, dice con voz ronca. “Y las sequías, cuando llegan son más prolongadas”, agrega.
Esa zona de la llanura pampeana está acostumbrada desde hace milenios a un patrón de inundaciones periódicas, así como ascensos y descensos del Río de la Plata. La previsión de la ciencia es que todo lo natural se incremente debido al cambio climático, y los períodos entre una y otra se acorten. Eso ya pasa ahora: la bahía y zonas aledañas son de las áreas más afectadas por la variabilidad climática de la zona costera del litoral marítimo argentino.