Las fases seca y húmeda de nuestro régimen pluviométrico podrían estar adaptándose a los efectos del calentamiento global.
La situación propia para el tren de borrascas que han afectado en las últimas semanas se ha debido a un fenómeno que se conoce como calentamiento repentino estratosférico, que rompió el vórtice polar, el cinturón de vientos del oeste que mantiene confinado el aire frío en el Polo Norte, dando lugar a un desalojo del aire frío que desde los Polos se dirige hacia latitudes más bajas. Una de las consecuencias es que se forma un anticiclón en latitudes más altas que la nuestra, creando un pasillo por el que entran las borrascas.
Este hecho ocurre, de media, una vez cada dos años durante el invierno del hemisferio boreal, aunque los grandes calentamientos se producen cada cinco años aproximadamente, explican desde Meteorología. Un precedente reciente y extremo tuvo lugar en el invierno 2009-10 con efectos enormes en Europa que afectaron al transporte y a la demanda energética. En la España peninsular provocó el último gran temporal atlántico, entre diciembre de 2009 y febrero de 2010, dando lugar al invierno más lluvioso al menos desde 1965.
Posiblemente éste pueda ser el patrón que rija en la Península debido al calentamiento global, advierten desde Aemet. En la mayor parte de España, de clima mediterráneo, la precipitación ocurre principalmente en «invierno» (noviembre-febrero) y en cuanto a las precipitaciones se observan dos fases de comportamiento muy diferente: la fase seca -varios años seguidos con inviernos con precipitaciones escasas- y una fase húmeda, uno o dos años con inviernos muy lluviosos que alivian la sequía, ligados en los últimos años a este fenómeno del calentamiento repentino estratosférico.