Estas dos regiones antagónicas están conectadas por un río de polvo atmosférico de casi 17.000 kilómetros de longitud. La NASA ha hecho un seguimiento de este viaje transcontinental y arroja varias conclusiones sobre su impacto en el clima global.
El Sahara es el desierto cálido más grande del planeta. Con una superficie de nueve millones de kilómetros cuadrados, ocupa un tercio del territorio africano y se extiende sobre once países. Se caracteriza por su aridez (las precipitaciones no llegan a los 100 milímetros al año) y clima extremo, con temperaturas máximas de 58 ºC y mínimas de -28 ºC. Al otro lado del Atlántico se encuentra la Amazonia, el bosque tropical más extenso del planeta y la región con mayor biodiversidad.
Su extensión llega a los seis millones de kilómetros cuadrados ocupando ocho países del continente suramericano, del que ocupa también un tercio. Las lluvias son abundantes (2.000 mm anuales) y la temperatura media ronda los 26 grados, con escasas variaciones. Esto hace que albergue el 20% de las especies vegetales del mundo y sea considerado el pulmón del planeta.
Las tormentas de arena en el Sáhara hacen que se eleven a la atmósfera grandes cantidades de polvo y arena. Estos materiales, al estar suspendidos en el aire y gracias a las corrientes de viento, logran recorrer grandes distancias. Al mezclarse con el agua presente en la atmósfera, precipita en forma de lluvias de barro como las que sufrimos de vez en cuando en Europa. Los vientos alisios más intensos se dan en verano y favorecen las emisiones de polvo en la región central del Sahara. Así se crea la denominada capa de aire sahariano, que se extiende desde la costa de África Occidental y llega hasta el Caribe (siempre en latitudes subtropicales).