Hace no mucho tiempo se consideraba que el cambio climático era una amenaza para el futuro. Cada vez más se convierte en una realidad del presente, una nueva normalidad que genera miles de millones de dólares en gastos anuales para gobiernos, empresas y ciudadanos que luchan por adaptarse.
En Nueva York, ya está marcha la creación de diseños de un muro levadizo de 203 millones de dólares para proteger el Bajo Manhattan del aumento agudo y repentino de las tormentas.
En China, en medio de periodos más frecuentes de sequías, las empresas que construyen plantas eléctricas operadas con carbón están dando un giro hacia una tecnología más cara que enfría el equipo de las plantas con menos agua.
En Bangladés, los agricultores de arroz que enfrentan la elevación del agua de mar están cambiando sus cultivos, algunos a variedades del mismo cereal más tolerantes a la sal, y otros se han alejado por completo del arroz para dedicarse a la cría de camarones.
Según los expertos familiarizados con estas transformaciones, todas responden al cambio climático.
Hace no mucho tiempo se consideraba que el cambio climático era una amenaza para el futuro. Cada vez más se convierte en una realidad del presente, una nueva normalidad que genera miles de millones de dólares en gastos anuales para gobiernos, empresas y ciudadanos que luchan por adaptarse.
Las tormentas se han intensificado, como el huracán Florence que azotó las Carolinas este mes; las sequías han empeorado y avivaron los incendios que se propagaron en California este año, y el nivel del mar está subiendo, un motivo de inquietud para las ciudades costeras de todo el mundo. De acuerdo con los científicos, todo lo anterior está ligado, por lo menos en parte, a un aumento de las temperaturas mundiales que ha inducido el ser humano y que está provocando todo tipo de medidas defensivas.
Las Naciones Unidas calculan que para 2050 adaptarse al cambio climático podría costar 500.000 millones de dólares al año, un precio que pagarían todos, incluidos los gobiernos, el sector privado y la ciudadanía. Sin embargo, hay una gran incertidumbre respecto de que esa suma pueda realmente proteger a la gente y la infraestructura. El cambio de perspectiva, de solo tratar de evitar el cambio climático a intentar vivir con este, nos está obligando a realizar sacrificios aleccionadores y, según los expertos, es probable que se vuelvan más dolorosos.
Durante décadas, se ha propagado un debate filosófico sobre la manera en que se debe responder al cambio climático. Uno de los bandos —básicamente, los puristas del cambio climático— ha estado a favor de una estrategia conocida como mitigación: rehacer los sectores energético, agrícola y otros para detener las emisiones de carbono y evitar que aumenten las temperaturas. El otro lado —los pragmáticos del cambio climático— ha propuesto la adaptación: aceptar que el cambio climático es una realidad y tomar medidas para adaptarse.
En un inicio, muchos activistas en promedioambiente rechazaron la adaptación al considerarla una salida fácil, un “tipo de holgazanería, una fe arrogante en nuestra capacidad de reaccionar a tiempo para salvar nuestros pellejos”, como lo mencionó Al Gore en su libro de 1992, Earth in the Balance, un llamado a reducir las emisiones que salió a la luz cuando era el compañero de fórmula de Bill Clinton en la campaña electoral de ese año. No obstante, las emisiones han seguido en aumento. En 2017, la producción de carbono relacionada con la energía alcanzó un máximo histórico, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía. Por lo tanto, los defensores más activos del clima ya consideran la adaptación como un elemento crucial.