Gracias a la agricultura de conservación se evitaría la erosión del suelo en un 90% y permitiría compensar las emisiones de CO2 de toda la producción española.
Agricultura y cambio climático están muy relacionados. La actividad agrícola en Europa es la responsable del 9% de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, constituyendo la cuarta mayor actividad económica. España, uno de los grandes productores europeos, supera la media comunitaria hasta situarla en el 15% de las emisiones comunitarias, coincidiendo casi con la media mundial, situada en un 14%.
Debido al cambio climático, las regiones agrícolas mediterráneas se verán especialmente impactadas por el aumento de las temperaturas y la disminución de lluvias, las cuales, se producirán de forma torrencial, lo que conlleva un incremento en la erosión del suelo y en la pérdida de calidad de este. La variabilidad del clima afecta entre un 32 y un 39% el rendimiento de los cultivos agrícolas.
Sin embargo, desde hace algunos años, la aplicación de nuevas prácticas agronómicas, como la agricultura de conservación, está demostrando que esta actividad «además de ser parte del problema, puede convertirse en la solución en la lucha contra el cambio climático sin comprometer la producción de alimentos», afirma el presidente de la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos, Jesús Gil Ribes.
España, líder europeo
De este modo, la agricultura de conservación -un sistema basado en la siembra directa que permite mantener el suelo con una cubierta vegetal protectora de forma perenne y la rotación y diversificación de cultivos– se ha mostrado muy eficaz para evitar la erosión de la tierra y la captura en el suelo de CO2. Nuestro país es líder europeo en agricultura de conservación, con casi 1,9 millones de hectáreas, según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce), que elabora el Ministerio de Agricultura, con un gran potencial de crecimiento, ya que se encuentra aún lejos de la superficie total de cultivo española, estimada en 15 millones.
En un estudio llevado a cabo por la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos (AEAC.SV) se analiza el impacto positivo de esta práctica agrícola en un entorno de cambio climático.
Según Gil Ribes, a diferencia de la agricultura convencional -que ha contribuido a que actualmente el 16% de la superficie europea se encuentre afectada por la erosión hídrica-, la de conservación contribuye al secuestro de carbono en el suelo, al tiempo que favorece la biodiversidad.
El mantenimiento del recubrimiento vegetal sobre el suelo permite frenar la erosión del mismo, pudiendo llegar a verse reducidas la pérdida hasta en un 90%. «La reducción del laboreo permite la captura de carbono, lo que facilita la mejora de la estructura del suelo, su fertilidad y su capacidad de almacenamiento de agua en el suelo, evitando así su degradación», asegura Gil Ribes. Asimismo, lleva aparejada una mejora energética respecto al laboreo convencional, en torno a un 20%, llegando incluso al 50% dependiendo del tipo de cultivo y zona.