Cuando nuestra diversidad agrícola se convierte en una estrategia de adaptación ante el cambio climático que recae únicamente en las Comunidades Campesinas
Texto y Fotografía: Pierina Benites Alfaro
“Los abuelos de nuestros abuelos sabían cuidar las quinuas de colores, pero ahora necesitamos más apoyo para mantener los campos sin venenos, porque solo nos piden algunas variedades”, refiere Apolinaria Arapa, Presidenta de la Asociación de Productores “Unión Porvenir”, localizada a orillas del Lago Titicaca, en Puno – Perú. Ella, al igual que muchos agricultores de Comunidades Campesinas en Perú y Latinoamérica, es la guardiana de una biodiversidad que poco a poco va mermando sus fuerzas ante el avance implacable de la especialización de cultivos y el débil apoyo en su conservación.
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La Agrobiodiversidad o biodiversidad agrícola es definida como la variedad y variabilidad de animales, plantas y organismos utilizados en la alimentación y agricultura. Su valor va más allá de aquel otorgado por el mercado alimenticio, pues además genera beneficios en la salud, en la protección de los ecosistemas y bosques, en el control de plagas y enfermedades, y en la adaptación al cambio climático. Este último punto, es citado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) del año 2014 y en el libro “La Estrategia de la FAO ante el cambio climático”, recientemente publicado en Julio del 2017, en el que se reitera la importancia de la Agrobiodiversidad como una estrategia de adaptación ante el cambio climático, resaltando su importancia en los medios de vida de poblaciones vulnerables y la seguridad alimentaria mundial.
De acuerdo a investigaciones la pérdida de la biodiversidad es el único cambio global verdaderamente irreversible en el mundo, pero aun así, continúa perdiéndose a un ritmo acelerado (FAO, 2010). Ello se pone en evidencia en los selectivos hábitos de consumo mundial: De las 250,000 especies vegetales identificadas en el mundo, solo 7,000 son utilizadas en la alimentación humana a lo largo de la historia. Peor aún, el 60% de la ingesta calórica en el mundo proviene solo del arroz, el maíz y el trigo, en tanto el 75% de los alimentos consumidos mundialmente provienen de 12 cultivos y 5 especies animales (FAO, 1995).
A nivel mundial, la merma de la Agrobiodiversidad tiene origen en el desconocimiento de su valor total, lo que impide que los mercados y la sociedad en general lo reconozcan. Esto, presiona el desarrollo de sistemas de producción intensivos o selectivos (monocultivo o siembra de pocos cultivares de interés comercial), fomento de políticas equivocadas (subsidios, promoción de cultivos alineados a preferencias internacionales, entre otros), e implementación de variedades mejoradas (que incluyen transgénicos).
La Agrobiodiversidad Latinoamericana se concentra en Comunidades Campesinas que trabajan bajo sistemas de agricultura familiar que asumen el costo integro de la conservación. Dado que la transmisión de saberes se realiza promoviendo una siembra diversificada periódica, con la extinción de los cultivares se pierde también el trabajo de miles de años de domesticación, que involucra diversidad cultural, biológica, geográfica, social y ambiental.
Generar incentivos que permitan continuar el trabajo de conservación realizada por los agricultores se torna crucial. La importancia del diseño e implementación de tales incentivos ha sido explícitamente reconocida por la Convención de Diversidad Biológica (Meta Aichi 3) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Bioversity Internationalhttps://conexioncop.comben trabajar estrategias diferenciadas: “En el sector privado, que se beneficia de materias primas, se debe sensibilizar en la importancia de la existencia de sistemas de producción diversificados, pues minimizan impactos en el medio ambiente y fomentan esquemas de responsabilidad social; En el sector público, se deben desarrollar programas de compra de productos alimenticios con enfoque social, considerando al agricultor conservacionista como un socio estratégico”. Cabe resaltar que esta institución ha propuesto un esquema piloto de incentivos denominados Recompensas por Servicios de Conservación de la Agrobiodiversidad a nivel mundial, basado en recompensas sociales (en bienes e insumos para la agricultura) para las Comunidades Campesinas comprometidas con la conservación de la agro biodiversidad. Este programa ha sido aplicado en Perú, Bolivia, Ecuador, Guatemala, India, Nepal, Zambia y Eslovenia. La propuesta aún está en espera de respuestas.
Agrobiodiversidad en Perú ¿hemos avanzado?
Como uno de los ocho centros mundiales de domesticación y diversidad de cultivos en el mundo, fundamentados en 3,000 variedades de papa, 55 razas de maíz, 24 razas de quinua, y 500 variedades de kiwicha (Ministerio del Ambiente, 2015), así como la existencia de 84 de las 117 zonas de vida del planeta, el Estado Peruano reconoce a nuestra agro biodiversidad como patrimonio nacional. Asimismo, el Reglamento de la Ley sobre Conservación de la Diversidad Biológica (DS Nº 068-2001-PCM) incorporó la figura de las “zonas de agro biodiversidad” y en 2008 se crea el Ministerio del Ambiente (MINAM), que integra la Dirección de Diversidad Biológica.
Cabe citar que MINAM junto a Bioversity International y los Gobiernos Regionales, han promovido en Perú el piloto del esquema de incentivos denominados Recompensas por Servicios de Conservación de la Agrobiodiversidad, llevado a cabo en 6 Comunidades Campesinas del Departamento de Puno en el año 2015. En estos espacios se han vuelto a sembrar 5 variedades extintas de quinua de colores. La selección de variedades se basó, entre otros criterios, en la proyección del clima al año 2050. Sin embargo, estas iniciativas no son permanentes y se requiere evidenciar el valor público de la agro biodiversidad para su sostenimiento. Este ha sido un paso relevante a nivel nacional, considerando que la Agrobiodiversidad no es una temática del todo visible, por ejemplo, aunque MINAM ha promovido la declaración de zonas de Agrobiodiversidad a nivel nacional, este reconocimiento no va acompañado de ningún estímulo técnico ni económico, otro ejemplo es la última Evaluación de Desempeño Ambiental a cargo de la OCDE 2016, donde la agro biodiversidad y la potencial perdida de cultivares nativos no es mencionada.
El hombre del campo esta desmotivado en la conservación agrícola. A pesar de ser los únicos que acreditan vivencialmente la importancia de la diversidad, las nuevas generaciones poco a poco aceptan los esquemas impuestos por el Estado (en sus diferentes niveles de gobierno) y el mercado. De acuerdo a un estudio del 2015, llevado a cabo en la zona fronteriza entre Perú y Bolivia, el 76% de los agricultores entrevistados manifiestan haber abandonado al menos cuatro variedades de quinua en los últimos 20 años y un 42% acepta haber dejado de sembrar cultivos andinos como tarwi, olluco y kañiwa, para sembrar una mayor superficie de quinua blanca. También manifiestan que el cambio se asocia a la perdida de la cosmovisión ancestral de las nuevas generaciones, que prefieren el uso de cultivares de alto rendimiento (semillas mejoradas) y empleo de agroquímicos a fin de conseguir mayores ganancias.
El Ministerio de Agricultura y los Gobiernos Sub nacionales, promueven un desarrollo económico a través del apoyo en cultivos de alto valor comercial. Evidencia de ello fue la estrategia nacional en el denominado “Año Internacional de la Quinua” del 2013, cuando se promovió la siembra del cultivo en la zona alto andina y costera, con el propósito de incrementar los niveles de exportación. Dado que los mercados internacionales prefieren las quinuas blancas, se fomentó la siembra exclusiva de dichos cultivares, generando ataques de plagas y enfermedades que no son posibles en espacios diversificados y coloridos.