La más reciente Revisión Estadística de la Energía Mundial de BP muestra que la demanda mundial de energía comercial continúa aumentando, sobre todo en combustibles fósiles, impulsada por el crecimiento de los países emergentes, a pesar de las mejoras en la eficiencia energética.
Cada hecho positivo puede tener un lado negativo. Las tecnologías que ofrecen a los seres humanos comodidades y oportunidades que hubieran sido inimaginables hace dos siglos dependen, en última instancia, de una gran cantidad de energía. El fuego es la fuente de esa energía. Pero al quemar combustibles fósiles, de los cuales obtenemos enormes beneficios, también se libera el dióxido de carbono que amenaza con desestabilizar el clima.
Para algunos, la respuesta a este reto es acoger la pobreza. Pero la humanidad no renunciará –y no debiera esperarse que lo hiciera– a la prosperidad que algunos ya disfrutan y que otros desean enormemente. La respuesta se halla más bien en la ruptura de los vínculos entre la prosperidad y los combustibles fósiles, entre los combustibles fósiles y las emisiones, y entre las emisiones y el clima. No debemos rechazar la tecnología, sino transformarla.
Esto aún no está sucediendo. La más reciente Revisión Estadística de la Energía Mundial de BP muestra que la demanda mundial de energía comercial continúa aumentando, en gran parte impulsada por el crecimiento de los países emergentes, a pesar de las mejoras en la eficiencia energética. Además, los combustibles fósiles cubren la mayor parte de esa demanda. En 2014, las fuentes de energías renovables aportaron un poco más del 2 por ciento del consumo primario mundial de energía. En conjunto, la energía nuclear, la energía hidroeléctrica y las energías renovables aportaron solo el 14%.