El consumo de carne y los cambios en los usos del suelo (léase, tala de bosques para agricultura) están entre los principales emisores de gases de efecto invernadero en el mundo y especialmente en la Argentina, algo que se debería evitar si lo que se quiere es mantener en uno a dos grados el aumento de temperatura global.
Los números se conocen: alrededor de mil millones de personas en todo el mundo no consiguen cada día alimento suficiente y el doble tiene el problema opuesto, es decir, incorpora muchas más calorías de las que el cuerpo humano es capaz de procesar de manera saludable. Un cambio en las dietas se impone, sobre todo a la luz de otros dos problemas acuciantes, a primera vista alejados de las cocinas: el cambio climático y la biodiversidad.
Parecen temas alejados de lo culinario, pero en realidad no lo están tanto. El consumo de carne y los cambios en los usos del suelo (léase, tala de bosques para agricultura) están entre los principales emisores de gases de efecto invernadero en el mundo y especialmente en la Argentina, algo que se debería evitar si lo que se quiere es mantener en uno a dos grados el aumento de temperatura global. A su vez, la homogeneización de dietas genera presión y pérdida de biodiversidad, como se vio tras el último y escalofriante informe del IPBES.
En ese contexto, el EAT Forum que se lleva a cabo por sexta vez en la capital de Suecia sirve para plantear el tema -vedado cual tabú- y esbozar algún tipo de solución que se pueda llevar a cabo, sea en pequeña o gran escala. Una de ellas -entre otras barajadas, como la eliminación progresiva del consumo de carne y el reemplazo por proteínas vegetales o incluso de insectos- es la vuelta a las comidas locales, por fuera de los mandatos publicitarios de las compañías internacionales que estandarizan los platos, por lo general en comidas rápidas.
«Había un empobrecimiento y homogeneización de las dietas, la globalización es así», dijo Frank Mechielsen, de Hivos, una organización holandesa sin fines de lucro que trabaja en países en desarrollo. «Dietas sostenibles es volver a lo local, y reivindicar ingredientes como la cañahua, entre muchos otros. No sólo en los principales restaurantes, que los transformaron en algo gourmet sino también en la comida callejera, que es barata pero no siempre saludable. Por eso también estamos trabajando con chefs profesionales que entrenan a vendedores y cocineros ambulantes, por lo general mujeres», agregó.
El otro ejemplo latino citado aquí es el de Costa Rica, donde el número de personas con obesidad se multiplicó por cuatro en las últimas cuatro décadas, lo que llevó al aumento de enfermedades asociadas, hecho detectado por las autoridades sanitarias. Para paliarlo y generar dietas sustentables, se creó la Fundación para la Gastronomía de Costa Rica (FUCOGA), que incluyó la recuperación del conocimiento de los indígenas acerca de cereales tradicionales y la publicación de un libro exhaustivo sobre las plantas comestibles de toda Centroamérica.
Igualmente rico en biodiversidad es Indonesia, abundante en frutas, vegetales y especias. Sin embargo, allí también los cambios en las dietas, con exceso de calorías, aditivos, antibióticos y contaminantes, sumados a los ultraprocesados, y la presión sobre los granjeros para que vendan sus tierras, había provocado un cóctel explosivo.