La sabiduría ancestral viene siendo revalorada para mitigar los efectos del calentamiento global. Mediante una técnica conocida como amunas, varios pueblos andinos han logrado aprovechar la escasa agua que los rodea en su beneficio.
Por Arturo Salazar – Generación +1
Las grandes civilizaciones suelen surgir a partir de una serie de condiciones geográficas especiales. La disponibilidad de recursos que aseguren la sostenibilidad de las poblaciones en el tiempo tiene que ser abundante. Tierras fértiles, la disponibilidad de minerales y madera, y la presencia de considerables poblaciones de animales, son algunas de las condiciones básicas. No obstante, si el acceso a agua es limitado, todas estas condiciones se vuelven poco útiles, reduciendo las posibilidades de subsistencia.
Las culturas andinas, por ejemplo, no contaban con una disponibilidad abundante del vital elemento. Esto, sumado a las extremas condiciones de las alturas, impulsaron la innovación tecnológica y cultural. Así, la necesidad de los pueblos de ejercer la agricultura —la base de la economía andina— propició técnicas hasta ahora usadas y admiradas por todo el mundo, como andenes y amunas.
Los andenes o terrazas andinas —aún utilizadas en muchas comunidades— permitieron aprovechar al máximo el limitado acceso al agua, lo cual, por la accidentada geografía de los Andes, es un importante desafío. El resultado de estas técnicas ancestrales ha sido que los cultivos ofrecen un rendimiento superior hasta en un 80% —según estimaciones de la Autoridad Nacional del Agua de Perú— y permiten, bajo condiciones especiales, lograr dos cosechas al año.
Estas tecnologías milenarias tuvieron y tienen un estrecho vínculo con las tradiciones culturales. Las ofrendas a los Apus, las celebraciones previa siembra (pagos) o post cosecha (pachamanca), entre otras, guardan estrechas conexiones con la disponibilidad del agua. Sin agua no hay agricultura. Y sin agricultura no hay sociedad ni cultura.
En un contexto de cambio climático, la existencia y calidad del vital elemento suele disminuir considerablemente. El aumento paulatino de la temperatura impide que el hielo y la nieve se recupere en invierno; por ende, el caudal de los ríos, riachuelos, lagunas y puquiales disminuye en verano. Los animales mueren, los cultivos se secan y la sostenibilidad y supervivencia de los poblados corre un grave riesgo.
Empero, la sabiduría ancestral viene siendo revalorada para mitigar los efectos del calentamiento global. Mediante una técnica conocida como amunas, varios pueblos andinos han logrado aprovechar la escasa agua que los rodea en su beneficio. Con apoyo de diversas organizaciones vienen sembrando y cosechando agua, asegurando su suministro.
Este saber andino consiste en recuperar las aguas, producto de lluvias, por encima de los 4000 m.s.n.m. Con esto, en las tierras bajas los puquiales y manantiales naturales tendrán mayor caudal durante todo el año. En teoría parece un concepto sencillo, pero la práctica demuestra que se debe conocer a fondo los ciclos hidrológicos de la región afectada para diseñar sistemas efectivos y poner de acuerdo a comunidades a todos los niveles de la cuenca comprometida.
Este trabajo mancomunado tiene varios referentes en la extensión del Perú. En el valle Sondondo – Ayacucho, un grupo de campesinos, asesorados por el PRODERN, vienen recuperando humedales y bofedales. Estos filtrarán el agua recuperada en zonas por encima de los 4400 m.s.n.m. hacia tierras bajas, durante todo el año, lo cual permite que se beneficien tanto habitantes de zonas altas, con la mayor presencia de pastoreo por praderas verdes. Y, zonas bajas, por el incremento del caudal de puquiales y mantantiales. A esta práctica se le conoce como el “yachachiq del agua” o, en español, la colaboración del agua.
Por otro lado, en la microcuenca Huacrahuacho en el Cusco, PACC-Perú viene dando soporte a los agricultores de la zona para reinsertar esta práctica cultural. A diferencia del primer caso, la estrategia varía. Las condiciones permiten que el yachachiq del agua se pueda almacenar en cochas y lagunas artificiales, para su posterior filtración. Al igual que en Sondondo, sólo el trabajo en conjunto de campesinos de zonas altas y bajas ha permitido que ambos se beneficien, aumentando así su resiliencia frente a condiciones cambiantes.
Un dato a destacar es que la reforestación cumple, también, un papel clave. La reinserción de especies nativas favorece a que el ciclo del agua siga la senda de sostenibilidad. La masa de árboles y arbustos retiene y evapora el agua; propiciando una mayor filtración en el suelo y una precipitación abundante.
El cambio climático es un problema global y qué mejor manera de menguar sus estragos revalorando saberes milenarios que fácilmente se pueden adaptar a otras realidades. Solo la mística del trabajo comunal permite sostener un estilo de vida ancestral, con medidas sencillas pero bien aplicadas.
(Foto: Flickr de Martín Collazos).