Los combustibles fósiles no solo han transformado la manera en que vivimos y trabajamos, sino también han transformado el planeta y, por ello, nosotros debemos cambiar una vez más nuestra forma de hacer negocios. No hacerlo tiene un costo demasiado alto.
Hace más de doscientos cincuenta años, un empresario británico llamado Richard Arkwright construyó la primera máquina textil automatizada y, con ello, dio inicio a la Revolución Industrial. El carbón desempeñó un papel esencial en ella y, con el paso de los años, se potenciaría con la llegada del petróleo y el gas. La revolución transformó los paisajes y la vida en general: millones de personas amasaron fortunas y salieron de la pobreza.
Sin embargo, los combustibles fósiles no solo han transformado la manera en que vivimos y trabajamos, sino también han transformado el planeta y, por ello, nosotros debemos cambiar una vez más nuestra forma de hacer negocios. No hacerlo tiene un costo demasiado alto: si continuamos con la misma postura, ponemos en peligro el planeta y la prosperidad económica.
Durante la última década, en Estados Unidos, los gastos que provocaron los fenómenos meteorológicos graves como el huracán Sandy y las sequías de California y Texas, han superado los trescientos mil millones de dólares. San Pablo, que representa un tercio del PBI de Brasil y depende de la energía hidráulica para generar el 80% de su electricidad, se vio afectada por la peor sequía de los últimos ochenta años.