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Joanna Haigh: «El cambio climático puede propagar malaria, fiebre amarilla y otras enfermedades»

Artículos Externos Notas Noticias Sociedad Abr 23, 2020 6 minutos

Esta experta en cambio climático y en la acción del Sol analiza el vínculo entre la salud y el medioambiente. Considera que la prioridad para estimular la economía debe ser la recuperación verde, acelerando la transición hacia las energías renovables.

(Foto: Alexandre Amaral)

Joanna Haigh está oficialmente «jubilada», pero la verdad es que no para. A sus 65 años, la prestigiosa física británica abrió la primera Asamblea del Clima del Reino Unido y se ha convertido en una de las máximas divulgadoras ambientales del país.

Expresidenta de la Real Sociedad Meteorólogica y miembro del panel intergubernamental de la ONU, es una de las máximas expertas mundiales en la relación entre la actividad solar y el calentamiento global. Antes de que cayera el telón de la distancia social, Haigh nos recibió en el Grantham Institute, del que llegó a ser codirectora, con la crisis de coronavirus llamando a nuestras puertas.

El mundo gira hoy alrededor de la epidemia. ¿Existe el riesgo de un parón en todo lo demás, empezando por la acción ante el cambio climático?

Me preocupa cada vez que el cambio climático desaparece de los titulares. Pero en esta ocasión, la emergencia del coronavirus está obligando a replantearnos todas nuestras acciones, a nivel individual y a nivel de las empresas. Al mismo tiempo, la gente de todo el mundo está apreciando los beneficios de la mejora de la calidad del aire, como resultado de una reducción en la quema de combustibles fósiles. Está claro que van a hacer falta enormes inversiones financieras para estimular la economía internacional, y el principal objetivo debería ser que esos esfuerzos se destinaran a una recuperación verde, acelerando la transición hacia las energías renovables.

¿El aplazamiento de la COP26 en Glasgow no es acaso un signo de que el cambio climático puede esperar?

La COP26 corría el riesgo de convertirse en un fiasco al estilo Copenhague y acabar siendo la última oportunidad perdida. El calendario, coincidiendo con el final del periodo de transición del Brexit, no era el más propicio. El Gobierno británico tenía por delante una ardua labor y ya iba con retraso. El Acuerdo de París fue un buen paso adelante, pero ningún país está realmente actuando y ha llegado la hora de subir el listón de los compromisos. La meta debe ser una reducción progresiva de las emisiones en esta década hasta llegar a las emisiones cero a mediados de siglo. Tenemos que ser conscientes de la urgencia: el cambio climático es un tren que ha corrido desbocado y ha llegado el momento de pisar el freno. Quiero pensar que, cuando finalmente se celebre la COP26, la acción climática resultará más clara y persuasiva. Aunque quizás sea demasiado optimista.

Usted ha señalado que la ciencia debería haber sido «más asertiva» a la hora de explicar a la sociedad la dimensión del problema ¿Qué parte de responsabilidad tienen los científicos en la falta de acción ante el cambio climático?

La ciencia lleva advirtiendo de los efectos del exceso de CO2 en la atmósfera desde el siglo XIX, con estudios como los de John Tyndall y Svante Arrenhius. En los años treinta, Guy Stewart Callendar demostró el aumento de las temperaturas desde la era industrial. La ciencia del clima ha avanzado realmente gracias los científicos que supieron adelantarse, como James Hansen en los años ochenta. Yo me siento especialmente deudora de él. En ese momento se produjo el momento de inflexión, gracias también a la mejora de los sistemas de medición y a la ayuda de los satélites. La ciencia ha ido cerrando filas desde entonces ante la evidencia.

Pero los escépticos siguen haciendo ruido…

Llamarles escépticos es un favor. Los científicos somos escépticos por naturaleza. Lo cuestionamos todo hasta que vemos la evidencia. Hay que llamarles simplemente negacionistas, porque eso es lo que son: se niegan a aceptar la realidad.

En países como Estados Unidos y Brasil marcan la agenda política.

Políticos como Trump o Bolsonaro pueden ser ignorantes, no precisamente estúpidos. Simplemente se dejan llevar por una visión cortoplacista y no quieren oírlo. Está claro que no podemos permitir que Brasil haga todo el trabajo en la Amazonia, pero, precisamente, Bolsonaro tendría que pedir ayuda internacional para poder protegerla, en vez de seguir destruyéndola por su cuenta y riesgo.

¿Y qué parte de culpa tienen los medios de esta ignorancia general ante el cambio climático?

Los medios deberían hacer un esfuerzo para transmitir cómo el cambio climático puede afectar a nuestras vidas, y hacer más hincapié en las soluciones. La crisis del coronavirus ha servido tal vez de muestra: a la gente le preocupa sobre todo la salud. Y el cambio climático puede tener graves implicaciones, como la posibilidad de que la malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales puedan propagarse en países como España. La crisis del coronavirus está sirviendo también para exponer los efectos de la contaminación sobre la salud: razón de más para dejar atrás los combustibles fósiles.

¿Cuál es el mayor error de percepción que tiene la gente sobre el clima?

Hay varios. El principal es tal vez la confusión entre tiempo y clima. El tiempo es simplemente el estado atmosférico es un lugar concreto y en un periodo corto. El clima es el patrón atmosférico en un periodo largo. Otro relativo error es pensar que lo que está ocurriendo en las últimas décadas es algo natural porque el clima es cambiante por naturaleza. Y otro, para mí fundamental, es pensar que actuar es mucho más caro que simplemente adaptarnos a los efectos de seguir quemando combustibles fósiles.

¿Cómo le explicaría usted el efecto invernadero a un profano?

Tenemos una atmósfera que se ha desarrollado durante miles de millones de años, compuesta sobre todo de nitrógeno y oxígeno. También hay elementos como el vapor de agua y el dióxido de carbono, y todos juntos actúan como una manta protectora que permite que la Tierra sea unos 30 grados más caliente que si no estuvieran. Los gases invernadero cumplen pues su función: crear unas condiciones agradables para la vida. El problema es que si sube su proporción en la atmósfera, entonces de la Tierra se sobrecalienta más de lo debido, que es lo que está pasando. Hoy por hoy, tenemos los niveles de CO2 más altos que ha habido en el planeta en los últimos 800.000 años o incluso tres millones de años.

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