Según las previsiones de los científicos es probable que los huracanes y otros fenómenos catastróficos aumenten en intensidad y sean más destructivos en el futuro debido al calentamiento global del planeta.
En agosto de 2005, los diques de Nueva Orleans, construidos precisamente para proteger a la ciudad, se rompieron debido a la crecida del agua provocada por el huracán Katrina -de categoría 5, la máxima en la escala Saffir-Simpson- y varias partes de la urbe quedaron inundadas. Quienes estaban en dichas zonas tuvieron que subir a los tejados de los edificios para no ahogarse. Antes de la llegada del huracán, el entonces alcalde Clarence Ray Nagin ordenó evacuar la ciudad, y el 80% de la población del área metropolitana, más de un millón de personas, huyó de la localidad.
Las cifras que dejó el Katrina hablan por sí solas: 1.833 personas murieron, las olas alcanzaron los siete metros de altura, los vientos alcanzaron los 225 kilómetros por hora, el 25% de las casas de Nueva Orleans fueron destruidas o abandonadas, y las pérdidas económicas se cifraron en 146.000 millones de dólares.
Pero, ¿qué condiciones se dieron para crear esta devastadora tormenta? Tal como explica Laura del Río, experta en cambio climático y profesora de la Universidad de Cádiz, para que se forme un huracán es necesario que las aguas estén a una temperatura por encima de los 26,5 ℃ y que en la atmósfera exista un gradiente vertical de temperaturas importante, es decir, que haya una alta diferencia de temperatura entre las capas más altas y las capas más bajas. En palabras de la propia investigadora, “un huracán se alimenta de la evaporación del agua del océano: cuanto más alta sea la temperatura del océano, mayor será la evaporación, y por tanto, mayor será la intensidad del huracán”.
Estos fenómenos se generan en África Occidental: todo empieza con una perturbación atmosférica que genera un área de relativa baja presión, la cual empieza a moverse de este a oeste, con la ayuda de los vientos alisios. Luego, se desplaza hacia el norte del océano Atlántico, pero para que termine transformándose en un huracán se necesitan varios ingredientes: que la superficie del agua esté por encima de los 27 ºC; que haya, por un lado, vientos con un giro horizontal para que la tormenta se concentre, y por el otro, vientos que mantengan su fuerza y velocidad constante a medida que suben desde la superficie del océano; y para terminar, también se necesita una concentración de nubes cargadas de agua y una humedad relativa alta presente en la atmósfera. De esto modo, dentro del área de baja presión los vientos convergen y ascienden, girando en dirección contraria a las agujas del reloj. Es entonces, cuando estos vientos superan los 118 km/h, el momento en que el fenómeno pasa a denominarse “huracán”.
El calentamiento global también va a cambiar el comportamiento de los huracanes. Tal como cuenta Raquel Nieto, meteoróloga y profesora de la Universidad de Vigo, “de cara al futuro, bajo un escenario de calentamiento global de 2 grados centígrados, los modelos climáticos muestran una disminución global en el número de ciclones tropicales, y un aumento constante en la intensidad de la precipitación ligada a los mismos (en un orden del 10-15%), y un incremento en la intensidad máxima del viento. De hecho, el aumento de la intensidad del viento, y por lo tanto, mayor número de ciclones tropicales de categorías 4 y 5 en la escala Saffir-Simpson, implica un aumento de la capacidad destructiva de los mismos”. Es decir, se prevé que en el futuro haya menos huracanes pero que sean más intensos.
Esta teórica subida de la temperatura global de 2 ℃ provocará, según Nieto, que “aumente el nivel del mar, que las precipitaciones sean copiosas y que se incremente la intensidad del viento”. Y esto, a su vez, tiene una serie de consecuencias que cambiarán el día a día de la población. “Inundaciones y deslizamientos de tierras; pérdidas de vidas humanas y cosechas agrícolas y ganaderas; destrucción de infraestructuras; suspensión de servicios esenciales como la disponibilidad de agua potable, distribución de alimentos, comunicaciones, electricidad o gas; y aumento de enfermedades como el cólera o afecciones gastrointestinales”. Otros efectos de la subida de 2 ℃ de la temperatura del planeta serían la “contaminación de aguas superficiales y subterráneas; destrucción de manglares; salificación de acuíferos costeros; y pérdida de biodiversidad”, apunta la investigadora.
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