Lucia Barreiros, vía Wikimedia Commons
Los compuestos orgánicos volátiles permiten hacer un diagnóstico de la salud del ecosistema y un estudio advierte que el calentamiento global, la deforestación y los incendios afectan las fragancias de la selva amazónica.
La selva del Amazonas arde desde el 16 de julio con más de 15.000 incendios en las dos primeras semanas de agosto. “Siguen fuera de control”, advierte Greenpeace. Estos fenómenos afectan el aroma del planeta. Tras una deforestación o una quema, el bosque huele a huevo podrido y azufre. El olor a pino y aceites esenciales se desvanece. Es lo que cuenta Ana María Yañez, investigadora del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) que acaba de publicar un estudio en Global Change Biology que detalla el impacto del cambio climático sobre las fragancias de la naturaleza a partir de una revisión basada en 240 artículos ya publicados al respecto.
Las plantas, los hongos, las bacterias y todos los animales, incluidos los seres humanos, desprenden compuestos orgánicos volátiles (COVs) para comunicarse en función de la situación en la que se vean sometidos. Si este mecanismo se ve alterado, los seres vivos pueden perder su lenguaje, sus capacidades de reproducción y protección. El aroma funciona cómo un diagnóstico de la salud del ecosistema. Es una herramienta que permite medir su estado, su vulnerabilidad y los cambios que ha sufrido.
Los nutrientes de una planta determinan sus rasgos funcionales, es decir, si crece rápido o si hace más fotosíntesis, por ejemplo. Un estudio recopiló datos de 113 especies y demostró que cuanto más nutrientes tienen, menos compuestos orgánicos emiten. “Vimos que el nitrógeno y el fósforo en la hoja eran más importantes que el clima a la hora de determinar la emisión de volátiles”, explica Marcos Fernández-Martínez autor del trabajo e investigador del Departamento de Biología de la Universidad de Amberes (Bélgica). Eso sí, la calidad del ambiente afecta la presencia de nutrientes y viceversa. La sequía dificulta la absorción de nitrógeno, por ejemplo. Con los cambios climáticos radicales, el círculo natural del ecosistema se desestabiliza y da lugar a uno vicioso que deja pocas alternativas a la planta y al planeta.
La vegetación emite un cóctel de perfumes para atraer a polinizadores y cada compuesto tiene su papel. Pero ahora, estas relaciones ecológicas ya no funcionan bien. Al talar o quemar los árboles, todo cambia. Con más cantidad de ozono, es decir, con demasiada emisión de volátiles, los compuestos se destruyen más rápido y no llegan a recorrer la distancia necesaria. En definitiva, la cadena se rompe. Los incendios forestales, tal y como cuenta Fernández-Martínez, son un buen ejemplo, pues liberan una cantidad de nutrientes que se dispersan por el mundo. “El lugar pierde porque una gran parte [de esos elementos esenciales] es exportada”, añade.
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