Michelle Soto A sus 54 años, Vicente Vargas ha visto el ir y venir del mar en la zona donde hoy yace el Parque Nacional Marino Ballena, ubicado a unas cuatro horas de San José, la capital de Costa Rica. “Sí, la playa ha cambiado. Según mis cálculos, el mar se ha metido unos 150… Ver artículo
Michelle Soto
A sus 54 años, Vicente Vargas ha visto el ir y venir del mar en la zona donde hoy yace el Parque Nacional Marino Ballena, ubicado a unas cuatro horas de San José, la capital de Costa Rica.
“Sí, la playa ha cambiado. Según mis cálculos, el mar se ha metido unos 150 metros. Lo digo porque, cuando yo tenía nueve años, venía a comprar a un negocio que estaba ahí (señala más allá de la entrada del parque nacional) y el dueño lo tuvo que mover debido al mar”, comentó el hombre mientras abría un agujero al coco con su machete para que su agua calmara la sed de un turista.
Nadie contradice a Vargas, ni siquiera José David Palacios quien es biólogo marino e investigador de Fundación Keto, organización no gubernamental que trabaja en la zona desde el 2009. En lo único que difieren es en la cantidad de metros.
“En los años 80, el Instituto Geográfico Nacional colocó mojones para delimitar la zona marítimo terrestre. Esos mojones se pusieron 50 metros tierra adentro desde la línea de pleamar o línea de marea alta. El mojón 55 se colocó en 1989 y actualmente el mar lo cubre completamente durante la marea alta. Tomando ese mojón de ejemplo, entonces estaríamos hablando de que el mar se ha metido aproximadamente un metro por año”, manifestó Palacios.
A este fenómeno se le conoce como erosión costera y es uno de los impactos del cambio climático. Lo sufren las seis playas que componen el Parque Nacional Marino Ballena, pero lo cierto es que ya es evidente en toda la costa del Pacífico de Costa Rica e incluso en el Caribe, donde el Parque Nacional Cahuita perdió 20 metros de playa en 15 años.
La acumulación de gases efecto invernadero en la atmósfera ha provocado un aumento de la temperatura global que, a su vez, ha causado el derretimiento de los cascos polares y la expansión de las moléculas de agua salada que terminan ocupando más espacio. Esto provoca que el nivel del mar aumente y, con ello, el alcance de las olas es cada vez más cercano a las zonas costeras.
Ese aumento de la temperatura superficial del agua también interactúa con la atmósfera, lo cual acelera el viento y este propicia un oleaje más fuerte que rompe con más energía al llegar a la costa, lo que provoca que la playa pierda sedimentos. Además, el cambio en el clima está causando un aumento en la frecuencia de mareas extraordinarias (más altas de lo normal).
En otras palabras, el mar se va adentrando y, al hacerlo, está carcomiendo los bordes de las playas, acortándolas y modificándolas. También impacta los manglares y los bosques cercanos a la costa.
“Perder metros de playa significa perder un atractivo turístico de importancia para la comunidad de Bahía Ballena. Las personas visitan esta área silvestre protegida para observar cetáceos y para visitar el tómbolo de Uvita que, coincidentemente, tiene forma de cola de ballena. A falta de muelle, los turistas abordan los botes desde la playa, así que los operadores turísticos están preocupados. La verdad es que todos estamos preocupados, pero con ganas de hacer algo”, destacó Catalina Molina, presidenta de Fundación Keto.
El pueblo de las ballenas
El Parque Nacional Marino Ballena se creó en 1992 en medio de la oposición de los pobladores de las comunidades vecinas que sentían que, el nuevo estatus de protección, limitaría sus actividades de pesca y agricultura.
Eso cambió a partir de 1998. Un día, mientras pescaba, Julio Badilla observó ballenas jorobadas. Al llegar a la playa vio a unos turistas a quienes les comentó su hallazgo y ofreció llevarlos en su bote. A partir de ese momento, Badilla dejó de ser pescador y se convirtió en operador turístico.
“Ahorita solo hay un pescador en el pueblo que sigue pulseándola por ese lado”, comentó Vargas y agregó: “La mayoría de la gente del pueblo se dedica al turismo. Muchos pescadores se convirtieron en operadores turísticos cuando vieron que era más rentable dedicarse a ver ballenas y con eso se benefició a mucha gente de manera directa e indirectamente. Con el turismo vino desarrollo a la comunidad”.
Actualmente, en el distrito de Bahía Ballena viven 3.306 personas en un área de 160 kilómetros cuadrados. El 90% de la economía del lugar se debe al turismo, principalmente el relacionado a la observación de delfines y ballenas.
De hecho, el Parque Nacional Marino Ballena es uno de las tres áreas silvestres protegidas más visitadas en el país. Al ver el beneficio, los pobladores cambiaron su percepción y, más bien, ahora son los más grandes defensores de la conservación.
“Tengo unos 15 años de dedicarme a la actividad turística por lo que puedo dar fe de la importancia de las ballenas para esta comunidad y, en ese sentido, el parque nacional ha sido nuestro aliado. Su creación resultó ser el motor de esta zona”, consideró Rafael Sánchez, coordinador de operaciones de la empresa Bahía Aventuras.
¿Se habla de cambio climático en el pueblo? “Al menos entre nosotros, los tour operadores, sí hablamos. Todos los días vemos cambios. El sendero que usamos para llevar los botes, en marea alta, se nos inunda. Vemos más palmeras con las raíces expuestas. Entonces sí, cada vez más, se habla de cambio climático”, dijo Sánchez.
Señales en la playa
En las playas Ballena y Uvita, ambas dentro del área silvestre protegida, el retroceso de la costa ya es evidente.
Cristina Sánchez, bióloga marina de Fundación Keto, se acerca a la entrada de un sendero en desuso que lleva el nombre Centenario, el cual queda justo después de la quebrada y camino al tómbolo de Uvita. Allí, las palmeras tienen sus raíces expuestas debido al impacto de las olas y su consecuente erosión. Algunas ya están secas y otras lo suficientemente inclinadas como para caer.
Para Sánchez, eso es indicativo de que la playa ya perdió su perfil de equilibrio.
El Parque Nacional Marino Ballena fue la segunda área marina protegida creada como tal. Su área de cobertura vegetal es pequeña y no cuenta con una zona de amortiguamiento efectiva, es decir, el parque no tiene para donde extenderse y justo afuera de sus límites ya existe infraestructura.
A pesar de la escasa extensión de cobertura vegetal, el parque es el guardián del pueblo. “La barrera natural que tiene con las palmeras, los almendros y los manglares contribuye a que, cuando se presentan condiciones climatológicas fuertes, se evite una situación de peligro para la comunidad. El parque recibe el primer golpe y, gracias a eso, nos protege”, comentó Rodolfo Acuña, administrador del Parque Nacional Marino Ballena y funcionario del Sistema Nacional de Áreas de Conservación.
Para Luis Monge, también funcionario de Fundación Keto, es urgente fortalecer la cobertura vegetal en la franja costera para contener la pérdida de playa y, a la vez, esas plantas estarían capturando carbono. Además, los árboles y arbustos ayudarían a regular la temperatura, disminuyendo la sensación térmica gracias a su sombra.
“La reforestación también evita que se empobrezca el suelo que, ya de por sí, está sufriendo un cambio drástico. No solo está el impacto que proviene del mar sino que, ahora con las fuertes lluvias y tormentas, si no existe cobertura vegetal, toda esa agua baja a la playa en forma de escorrentía, lavando los suelos a su paso y eso, inevitablemente, conlleva una pérdida de calidad. Esto no es algo que solo nos concierne a las personas de la costa, también debe importarle a las personas que viven en las partes altas de la cuenca, en la montaña”, añadió Óscar Brenes, director de Reserva Playa Tortuga, centro de investigación y conservación que colinda con el parque nacional.
Reforestación
Gracias a recursos del Fondo de Adaptación, Fundación Keto diseñó siete medidas para lidiar con el cambio climático en el Parque Nacional Marino Ballena y alrededores. Tanto los vecinos de la comunidad como empresarios de la zona, organizaciones locales y guardaparques participan activamente en su implementación.
Una de estas medidas de adaptación se centra en reforestar la franja costera. Según Monge, la meta es sembrar 2.000 árboles en dos años tanto en el parque nacional como en playa Tortuga.
Para ello, se realizó un estudio previo para identificar el tipo de bosque que existió en el sitio y, a partir de esa información, se identificaron especies nativas. Posteriormente, la estrategia que se diseñó consiste en plantar cocoteros en la línea de costa, también “semillas” de mangle y plántulas de árboles nativos en el bosque ubicado detrás de las playas.
Algunos de esos árboles nativos se sembrarán en la zona urbana para ayudar a regular el estrés térmico y también se están plantando en las orillas de los ríos para que estos “amarren” el suelo y así evitar la escorrentía.
“Como cualquier otra acción de adaptación al cambio climático, la reforestación de playa es inédita y, por tanto, se tiene muy poca experiencia. Entonces, esto ha sido todo un proceso de aprendizaje. Por ejemplo, nosotros empezamos a reforestar para recuperar el bosque natural que había existido en el parque, pero el avance de la erosión costera es tan rápido que las especies que estábamos sembrando no nos estaban ayudando a contrarrestar ese avance”, aseveró Monge.
“La composición vegetal que existió correspondía a las condiciones ambientales de la época. Cerca del mar teníamos manglar porque resiste salinidad, un poco más adentro teníamos plantas que soportaban salinidad y también agua dulce, posteriormente árboles que eran solo de agua dulce y así sucesivamente. ¿Qué pasa ahora? La línea de marea ya se corrió y, si seguimos la misma lógica del bosque original, yo tendría que sembrar manglar cerca de la línea de marea, pero ese suelo no es apto para soportar salinidad y, por tanto, no me va aguantar al mangle”, explicó Brenes.
El Parque Nacional Cahuita también sufre de erosión costera. Monge y Brenes contactaron al biólogo Julio Barquero quien trabaja en esfuerzos similares en el Caribe de Costa Rica. “Nos recomendó sembrar cocoteros porque, no solo tienen la capacidad de arraigarse ahí mismo, sino que tienen un sistema de raíces muy amplio y eso nos permite proteger un poco más”, dijo Monge.
“El cocotero nace en diferentes sustratos, es menos exigente y requiere poco mantenimiento. Nos permite consolidar una barrera frente al mar y así ganar tiempo mientras estudiamos el tipo de suelo para determinar cuáles plantas sembrar y ver qué funciona”, destacó Brenes.
A la fecha se tienen dos viveros: uno en la comunidad de Bahía Ballena y otro en playa Tortuga. Las jornadas de reforestación se realizan con voluntarios tanto de los pueblos aledaños como otros provenientes de universidades y empresas que participan como parte de su programa de responsabilidad social corporativa.
Uno de los sitios prioritarios se ubica en el sendero Centenario. De hecho, la idea es rehabilitarlo para informar y educar a los visitantes sobre lo que está pasando con el cambio climático. “Con ello, también se estará ofreciendo un atractivo más al parque que puede ser aprovechado por los guías locales. De esta manera, se diversifica el producto turístico y se baja la presión en otros sectores del parque nacional, por lo cual se considera como una medida de adaptación”, indicó Molina.
Actualmente, los voluntarios están trabajando para acondicionarlo y posteriormente se colocarán rótulos explicativos tanto de la situación que se vive con el cambio climático como informativos sobre otros atractivos paisajísticos que las personas ignoran que existen en el parque, como es el caso de una laguna costera y un parche de manglar.
Monitoreo de playa
Otra de las medidas de adaptación propuestas y que está relacionada a erosión costera es el monitoreo de playas. A partir de un protocolo de toma de datos, los guardaparques y funcionarios de Reserva Playa Tortuga podrán medir parámetros como desplazamiento de la línea de marea alta, composición de la arena y cobertura vegetal, entre otros.
“La metodología es muy sencilla porque está diseñada para que cualquier persona pueda tomar datos y participar en el proceso. La idea es ir viendo cómo cambia la playa a lo largo del tiempo”, manifestó Brenes y agregó: “Ese monitoreo nos proveerá de información para tomar de decisiones”.
Para Molina, incluso, este monitoreo podría servir como un sistema de alerta temprana. “Tener conocimiento del perfil de la playa y el ritmo de la erosión costera brindará a la comunidad información para fundamentar decisiones en cuanto a infraestructura y también orientará los esfuerzos de reforestación”, dijo.
El cambio climático es irreversible. “Pero sí podemos prepararnos y adaptarnos para lidiar con él”, reflexionó Sánchez.
Con información de LatinClima