El deshielo se ha convertido en un elemento que impulsa el cambio climático.
En un pasado no lejano, el océano Ártico estaba cubierto de hielo todo el año. En invierno, la capa de hielo se extendía hacia latitudes tan bajas como el mar de Bering, la bahía de Baffin y el mar de Groenlandia. En verano, retrocedía, pero el borde helado llegaba hasta muy cerca de las costas. Los rompehielos tenían grandes dificultades para atravesar los estrechos pasos costeros de la Ruta del Mar del Norte y el Paso del Noroeste.
La situación ha cambiado. Una superficie que en aquel entonces tenía 8 millones de kilómetros cuadrados en septiembre (periodo de mayor retroceso), hoy ha pasado a tener durante ese mes solo 3-4 millones de kilómetros cuadrados, y el espesor medio del hielo se ha reducido a la mitad, por lo que el hielo estival no tiene más que la cuarta parte del volumen que tenía en los años setenta del siglo pasado.
El calentamiento del Ártico está avanzando al doble o el triple de velocidad que en el resto del mundo, y eso está acelerando de tal modo la desaparición del hielo que acabará produciendo un verano sin nada de hielo a muy corto plazo, tal vez incluso el año próximo, dada la extraordinaria incapacidad del Ártico para volver a helarse que estamos viendo este invierno.
Antiguamente, la mayoría del hielo ártico se había formado varios años antes, lo que se denominaba hielo plurianual. Tenía una topografía escarpada y grandiosa, con grandes crestas de presión que impedían el paso a los exploradores y los barcos. Hoy, casi todo el hielo es de primer año; se ha formado durante la estación actual, alcanza un grosor de solo 1,5 metros y no tiene más que unas cuantas crestas pequeñas que cortan una superficie muy plana. El hielo que se forma durante un solo invierno puede derretirse durante un solo verano, y eso provoca lo que el climatólogo estadounidense Mark Serreze llama la “espiral ártica de la muerte”. Y la muerte del hielo estival se aproxima.
Las consecuencias de esa desaparición son dramáticas para el planeta. Cuando el hielo se derrite, el albedo —el porcentaje de radiación solar que la superficie terrestre refleja o devuelve a la atmósfera— cae del 0,6 al 0,1, con la consiguiente aceleración del calentamiento global. El motivo es que el hielo estival retrocede en una época en la que se está recibiendo mucha radiación del sol. Se calcula que el ritmo de desaparición del hielo está causando una disminución del albedo en todo el mundo que contribuye en un 25% a los efectos directos del calentamiento global causado por los seres humanos.